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Meiga del Agua

FLOR DEL AGUA DEL SOLSTICIO DE VERANO

(LA LEYENDA DE LA MEIGA Y LA MUERTE)

Quiero compartir con vosotros una historia. Una de esas historias que me contaron de niña y que cada vez que alguien la repetía (porque la escuché muchas veces, en diferentes voces y con distintos tonos) aportaba nuevos detalles hasta conseguir llegar a esta, para mí, apasionante versión.

Una de mis favoritas…

Y que comienza así:

Cuenta la leyenda que…

Hace muchos años, la peste asoló todas las orillas de mis dos mares y durante meses nadie supo como detenerla. Morían las personas a cientos y los médicos se veían incapaces de frenar su avance.

Aunque pocos conocían el lugar exacto, la Meiga más sabia de la comarca vivía en un viejo molino, en un lugar perdido en medio de una de las fragas mas frondosas de la montaña mas inaccesible, y hasta allí acudió una joven madre guiada por su desesperación y por algún Ángel que la custodió para que no se perdiera, con su bebé de pocos meses infectado por la enfermedad.

Cuando llegó a la vieja construcción de piedra la puerta estaba abierta. Dentro, una mujer sin edad rodeada por una extraña luz que partía de algún ángulo de ese espacio parecía estar aguardándola y recogió en sus brazos al niño que ella le entregó sin mediar palabra.

Nada había que decir que la Meiga no supiera.

Bajaron juntas el camino hacia la playa. La meiga le indicó a la angustiada madre que recogiera las cosas que ella iría reclamando a lo largo del trayecto y así lo hicieron.

A un soldado le pidió que cortara con su espada una rama pequeña de roble y se la entregara. A otro, una bolsa de cuero llena de pólvora. Al último, una antorcha prendida.

Seguida siempre por la mujer y con el bebé en brazos, la Meiga alcanzó el arenal.

Entonces dio a la madre las indicaciones oportunas.

Debía construir un círculo con piedras y cubrirlas con la pólvora.

Mientras tanto, ella, de pie, en medio del círculo que la mujer iba construyendo, sostenía con una mano al niño que agonizaba apretado contra su pecho y en la otra la rama de roble. Con la mirada atenta vigilaba el camino del Norte. Sabía que por ese camino tenía que llegar la muerte para llevarse al niño.

Cuando el círculo estuvo terminado, la Meiga pidió a la mujer que le acercara la antorcha y que corriera a esconderse detrás de unas rocas.

La Meiga arrimó la antorcha al punto del Sur. La pólvora prendió y un círculo de fuego la rodeo a ella y al pequeño que apenas respiraba.

Sin dejar de mirar hacia el Norte, levantó la rama de roble y apunto con ella hacia el lugar por donde esperaba ver aparecer a la muerte.

No tuvo que esperar mucho. La muerte acudió en busca de su presa a los pocos minutos.

Reclamó a la Meiga que se lo entregara. La Meiga la miró, sonrío y se negó. Sabía que si pasaba la hora, si el plazo de entrega vencía, la muerte no podría llevarse a esa criatura.

Dicen que la muerte no puede atravesar el fuego de un círculo y que la rama de roble usada como arma defensiva paraliza su fuerza.

El tiempo trascurría muy deprisa para una y muy despacio para la otra. Enzarzadas ambas en un desafío de palabras, amenazas y retos.

De pronto, la muerte interrumpió su tono agresivo, bajó la voz y casi susurrando preguntó:

– ¿Por qué eres tan hermosa?

La Meiga no tardó ni un segundo en responder:

– Porque en cada amanecer del Solsticio de Verano voy a la fuente para mojar mi rostro con la flor del agua -y casi sin pausa añadió- Puedo enseñarte cómo hacerlo.

La muerte seguía con la mirada fija en la Meiga.

Ella respiró hondo.

– Podríamos hacer un trato -dijo resuelta- No me está permitido, pero si tú te detienes, si hasta el día del Solsticio descansas y no te llevas a nadie en ese tiempo, te enseñaré cómo debes recoger la flor de agua para ser hermosa.

Desde siempre la muerte ha querido ser amada, deseada, respetada y aceptada como la Meiga. Y hermosa como ella. Y aceptó.

Después determinaron el lugar dónde se encontrarían un poco antes de amanecer del día del Solsticio de Verano.

La peste desapareció. Durante el tiempo convenido nadie mas enfermó ni murió.

Y el día del Solsticio la Meiga acudió a su cita como había prometido.

Desde lejos ya descubrió que la muerte se le había adelantado y paseaba inquieta de un lado a otro frente a la fuente.

Al llegar a su altura, la inquietud se volvió impaciencia. Antes de que pudiera preguntar nada, la Meiga se arrimo a la pileta de la fuente.

“La Flor del Agua es –explicó mientras levantaba la vista vigilando el cielo- el primer rayo de sol que se refleja en el agua. Has de ser muy rápida. Cuando nace, tienes que recogerla entre las manos y levantarla sin dudar hacia tu cara.”

Las dos se colocaron una junto a la otra, apenas separadas por unos centímetros.

El sol apuntó en el horizonte y sus primeros rayos alcanzaron la superficie del estanque y se reflejaron en él como en un espejo maravilloso.

La Meiga sostuvo entre las palmas de sus manos la Flor del Agua y la levantó rociándose la cara con ella. Su rostro se iluminó intensamente y la piel adquirío la textura y la suavidad de una concha de nácar.

La muerte a su lado intentaba una y otra vez hacer lo mismo, pero fue imposible. Por mas que lo intentó, no pudo recoger la luz entre sus oscuras manos.

La muerte no pudo apresar la Flor del Agua, porque la Flor del Agua es luz y la muerte es sombras y oscuridad.

No tenía nada que reclamar. La Meiga había cumplido su parte del trato.

Esta es una leyenda que me gusta especialmente porque los niños son siempre la debilidad de las Meigas y por ellos pueden atreverse a enfrentarse con todo y con todos, incluso con la propia muerte…

(Las ilustraciones, por orden, son de Grant Morrisons, Claudia Tremblay, Sofia Ajram,Charroart, Arantza Sestayo, Annabel Lee, Kenneth Solfjeld.)

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